Las ciudades alcanzaron un gran desarrollo en el imperio romano al convertirse en los centros de la vida política, administrativa, económica y cultural. La mayoría estaban amuralladas, y se estructuraron de modo similar a los campamentos de las legiones romanas. De ahí que su plano se organizara a partir de dos calles principales: el cardo, de
dirección norte-sur, y el decumano, de dirección este-oeste.
En la intersección de las dos calles principales se formaba el foro o gran plaza pública, que constituyó el auténtico corazón de la ciudad.
En él se levantaban los edificios ciudadanos más importantes:
- El templo; la curia, o lugar de reunión del Senado; y la basílica, o tribunal de justicia
- Y en sus inmediaciones se encontraban el mercado, las tiendas y los talleres de los artesanos.
La ciudad disponía de otros edificios públicos (teatro, anfiteatro, circo, etc.) y de servicios como abastecimiento de agua y alcantarillado.
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